miércoles, 26 de agosto de 2015

Ni siquiera la nada se hace de la nada...

Tal parece que la nada es un asunto urgente en la agenda de este siglo XXI. Para poner un ejemplo fácil de comprender: el simple hecho de decidir un día abrir un blog equivale a obtener un permiso para escribir en la nada sobre la nada. Un libro físico, en efecto, es un objeto más o menos concreto: si tiene suficientes páginas, y suficientes ejemplares, se los puedes dejar caer en la cabeza a quienes te insulten, y ya está. O sea, un libro también podría ser un arma de corto o mediano alcance, según se mire. Pero, ¿qué puedes hacer con un blog?

Nada. Y ese es quizás su mejor blasón, su mayor atractivo.

Parecería, en efecto, que el blog y la página web son medios comunicativos diseñados para las sociedades que aspiran a deslocalizar a los sujetos, obligándolos a desaparecer de la polis. En un mundo ideal, es decir, utópico, los diferentes espacios subjetivos que convergen en el seno de lo social deberían coexistir sin producir fricción alguna entre sí. Pues bien, eso mismo es lo que sucede en la blogosfera, donde el señor Cadauno y la señora Cadacual pueden tener sus blogs en el mismo "vecindario" virtual, aunque en la vida real actúen como enemigos naturales.

De la misma manera, tal parece que nada sucede realmente en nuestra época, o mejor dicho: tal parece que lo único que sucede en nuestra época es la nada. El exceso de información se ha tragado nuestra capacidad de reacción. Cada día que pasa hace que las sociedades occidentales se parezcan más al asno de Buridán, aquel que murió de inanición (o, más bien, de indecisión), y no precisamente por falta de comida.

Por eso, en lo que el hacha va y viene (si es que viene), aquí les dejo esta nada.

martes, 25 de agosto de 2015

Nosotros los borraremos



Sucede que yo no soy solamente yo, sino muchos, de manera contingente. Soy, por ejemplo, quien ahora mismo está leyendo esto, y quien supo de este texto por alguien que le habló de lo absurdo y me puso a mí de ejemplo, y quien se quedó esperando más después de terminar de leer uno de mis libros, y otras cosas por el estilo.

No ser alguien en particular es una ventaja cuando se es caribeño: puedes reírte, por ejemplo, de aquellos que fallecieron casi llegando a home; de quienes lo dieron todo por una embajada y ni siquiera pudieron llegar a la subida; de quienes perdieron la vergüenza un domingo pulgas pero antes de llegar a la prolongación de la Independencia.

Los boleros, cuando se sudan, dejan marcas extrañas en los labios de quienes se besan, sobre todo si las cervezas se calentaron, antes o después del sexo, y ya no hay ganas de más o es demasiado tarde para menos. Es en esos casos donde nosotros intervenimos.

A cambio de una módica suma, borramos malos recuerdos; pasamos la mano; faltamos a su trabajo; fabricamos coartadas perfectas para casos extremos; administramos últimos tragos; atendemos a sus esposas; nos encargamos de sus vecinas; incluso podemos olvidar eso que a usted le cuesta tanto trabajo.

Sucede que ahora tampoco usted es usted, sino cualquiera de nosotros. Él o ella, por ejemplo, pasando por aquí por pura curiosidad, podría creer que esto se lo digo solamente a usted, cuando, en realidad, la realidad hace tiempo que se ha ido al carajo. Mientras acaban de ponerse de acuerdo la mujer que me vendió y el robot que acaba de comprarme digo que también es posible ser pendejo sin horarios. ¿Qué por qué no me sorprende que robe un robot? Tal vez porque mi inglés lo fui aprendiendo mientras miraba películas hechas en Hollywood, vete tú a saber.

Mientras tanto, los santos quieren formar un team de pelota, pero ninguno de ellos ha pensado en mí. No te apures, me digo, entre tú y yo los borraremos. Basta con que se presenten, una noche, ante una cancha unánime, con la intención de volver a dar la misma cara de oprobio. Los borraremos como si solo fueran tiza de la clase de ayer, igual que los cardenales que dejan ciertos abrazos, más o menos vivos, simple o llanamente muertos.

Cartagena y yo

  Por Manuel García Cartagena   Escena 1 Una tarde a principios de los 80 —con un poco de esfuerzo podría incluso recordar el año—, el...