¿Es la vida un camino de una sola vía hacia la muerte? Si así es, ¿qué sentido tiene esa larga lista de adioses que se van acumulando a medida que avanzamos hacia la meta final, la cual, aunque sólo en algunos casos, suele también estar antecedida de una más o menos tediosa, más o menos triste y casi siempre patética lista de despedidas?
Uno de los orígenes de esa institución antropológica que en castellano recibe el nombre de despedida es el ritual funerario por medio del cual los pueblos antiguos buscaban propiciar el favor de sus dioses para hacer que el tránsito de sus seres queridos hacia el más allá resultara menos penoso. No en balde, en el pensamiento mítico, la idea de la muerte aparece asociada en la mayoría de las culturas antiguas con la de un viaje. "Irse" del mundo sin decir adiós, o sin permitir que los vivos "despidan" a sus muertos es uno de los tabúes fundamentales del pensamiento mágico-religioso. En uno de sus sentidos más generalizados, dicho tabú consiste en considerar a quienes mueren sin ser despedidos como agentes o vehículos de toda clase de infortunios. La despedida aparece así como lo que es: un ritual que propicia tanto la tranquilidad de quien “se aleja” como la de quienes “se quedan”.
La inevitabilidad de la muerte, es decir, de la separación, hace que el acto de despedirse acumule una suerte de mana o poder mítico: los chamanes y sacerdotes iniciados en los rituales propiciatorios se convierten de este modo en los administradores de la despedida ajena, en tanto que a ellos se les reconocía o se les atribuía cierto poder para facilitarles el tránsito a los difuntos.
Es probable que este sea también el origen de la práctica de intercambiar regalos con las personas que van a iniciar un viaje prolongado: regalar un recuerdo (un souvenir) es un remedo del antiguo rito funerario que consistía en enterrar a los difuntos con aquellas pertenencias de este mundo que pudieran funcionar como vínculos entre este plano y el o los otros.
Considerada desde este punto de vista, la palabra adiós (vae, en latín, de donde procede el actual vale) recupera su antiguo origen ritual: cada vez que decimos "adiós" a alguien, actualizamos el viejo rito que consistía en desprenderse del mana de aquellos que se alejan deseándoles al mismo tiempo buena suerte en su viaje, en su separación…
Paralelamente con este funcionamiento de la despedida como “bendición”, también existen rituales antiguos de rechazo o alejamiento de aquellos a quienes se les quiere condenar al destierro. Como se puede comprender fácilmente, en este caso se trata de otra variedad de despedida que “maldice” el recuerdo de aquellos a quienes se consideraron en vida personas non gratas.
En ambos casos, sin embargo, es la creencia mítica en el poder de la palabra el factor determinante, y solamente la intención de quienes se despiden puede permitir diferenciarlos...
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