¿Qué haces tú cuando alguien regresa a ti después de haberte ofendido, después de haberte abandonado, o simplemente después de haberse distanciado de ti sin causa alguna?
Un domingo cualquiera, mientras esperas que se acabe ese día tan aburrido en el que todo el mundo parece destinado a padecer sus propios recuerdos, una llamada telefónica te saca de ese limbo en el que habías encontrado, sin proponértelo, tu almohada.
--Hola --te dicen--. Soy yo.
Y claro, a "Yo" hacía por lo menos tres años que le habías perdido el rastro.
Nada, que te quedas de piedra, esperando que sea ella quien te tire la primera, luego la segunda y finalmente la tercera insinuación que te haga pensar que, verdaderamente, ha pasado algo extraordinario en la vida de esa persona que le hizo olvidar, en algún momento, todo lo que había marcado el final de aquella relación de la que hoy, al escuchar su voz, no logras recordar prácticamente --y no exageras-- nada.
Claro que uno puede, después de eso, preguntar:
--¿Cómo has estado? --o cualquier otra bobada: el teléfono lo aguanta todo, como dicen, y en materia de preguntas, esas que ninguno de los dos se atreve a formular son siempre las peores.
Los temas suben y bajan, como la fiebre, por una conversación sin rumbo ni porvenir. Y en un punto no preciso, es ella quien por fin se decide a romper el hielo:
--Te llamo para desearte feliz cumpleaños.
Y ahí está, por fin revelado, el secreto de esa llamada que atraviesa el negro océano de tres años de silencio.
abril 6, 2008
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